martes, 22 de junio de 2010

El viaje de Nicolás Di Candia



Verdades acerca de usted

Usted sabe leer. En este momento usted está leyendo, y lo que está leyendo es la palabra esto. Usted acaba de hacer una pausa en su lectura, indicada por la puntuación.
Usted se está preguntando a dónde quiero llegar con esto. Pero continúa leyendo, evidentemente no se decepcionó todavía con estas verdades que le estoy disiendo. Usted acaba de notar que “diciendo” está escrito con ese. Lo hice a propósito, sólo para darle la satisfacción de haberlo notado y mostrarle mi imperfección y vulnerabilidad. Tal vez usted esté buscando otros errores ortográficos a ver si puse más, y puede que encuentre. En ese caso, lo felicito.
En los últimos segundos usted no estaba pensando en las Islas Canarias. Pero ahora sí. Ése es mi poder, dirigir su pensamiento hacia donde quiero. Ahora usted va a pensar en: una manzana, un avión, una pelota número 5, Cristóbal Colón, un ala delta, un terrón de azúcar, cualquier objeto fálico y el color amarillo. ¿Vio? Usted pensó en todas esas cosas, y por lo tanto tengo control sobre su pensamiento.
Usted no se preocupa porque esto es un juego inofensivo, y está tranquilo al saber que el dueño de lo que usted realmente piensa, sobre todo acerca de asuntos relevantes, no es otro que usted. Usted opina que la libertad, la democracia y los derechos humanos son cosas buenas. Me atrevería a apostar que usted cree que las Malvinas son argentinas. A usted le parece que su educación podría haber sido mejor. Usted a veces se arrepiente luego de realizar alguna actividad. Usted está compuesto mayormente de agua. Usted inhala oxígeno y exhala dióxido de carbono. Lo mismo hacían sus ancestros.
Usted ya hace varios párrafos que agarró la idea. Sin embargo, sigue leyendo. Eso quiere decir que le interesa cómo va a seguir. Le interesa particularmente cómo va a terminar. Y seguramente me quiere agarrar en alguna inexactitud. No lo conseguirá, soy muy cauto para estas cosas. Por eso, lo que más me conviene es terminar rápido. Así que va la última verdad: al acabar esta oración, usted llegará al final del texto.

El viaje de Gabriel Ventura Gulí

El viaje de Bárbara Jelen


El músculo galopa.
El sol se amontona a los costados de la vía.
Donde en apariencia
no se produce
ni un gesto mínimo
el líquido semántico
fluctúa
la piel filtra
ríos se elevan

habría que
inmiscuirse en lo insólito
hasta que la piedra caiga
y se produzca el agujero

¿Se puede decir desde el silencio?


      ***


 No hace falta decir
“Hola, voy a correr un riesgo”
tan solo correr
y correr
como Lola
casi un día entero
con los párpados quebrados
los espejos desnudos
el descontrol propio de las almejas
en un despampanante desencanto
con el tiempo en los huesos
y  la sangre espesa
desembranada.
  


     ***



¿cómo
     volverme más espesa
más
                        presente?



***

  Un hueso que se desprende de la carne
la carne más allá de la carne
un pescado
un hueso corroído
la carne más allá de la carne
no resulta una buena alternativa

en ocasiones
el temperamento
espesa la sangre
cuando el movimiento
no implica traslación

después de girar como locos
descubrimos
que estamos parados
frente al farol de siempre
con la luz
gastada      cepia
que se fue apagando
de a poco
inexorable
hasta que todo quedó oscuro
rojo.


***

a veces
hay que sangrar
para qué
te miren

El viaje de Esteban Bieda

Esto

Y en eso sonó el timbre. Definitivamente no tenía ningún sentido, ninguna explicación posible. ¿Por qué? ¿Cómo era posible que hubiese sonado el timbre? Lynch no pareció sorprendida como yo. No es que no se hubiese sorprendido, es que su sorpresa era de otra clase, su sorpresa no se originaba, como la mía, en el desconcierto, su sorpresa era la de aquel que no puede creer que esté pasando eso que está pasando pero no porque está pasando sino porque está pasando justo en ese momento. Para mí el timbre no era una posibilidad siquiera remota, pero Lynch parecía indignada no tanto por el timbre sino por el hecho de que estuviese sonando ese día, a esa hora, con nosotros dos entre cervezas y conver-
saciones preliminares. El timbre, entonces, y Lynch, mirándome desencajada: “no te puedo creer; justo ahora viene a pasar esto”. Y claro, el “esto” se estrelló contra mi sien. ¿Cómo que “esto”? ¿Quién es “esto”? La vi caminar hacia la cocina, atender el portero eléctrico, escuché un “te pido por favor que te vayas”, los “andate, nene, ¿no entendés? ¿qué te importa si estoy con alguien?”, hasta que mi indignación selló su pacto con mi cobardía. Apuré la cerveza y la respiración. Colgó el portero y volvió al living. El timbre no dejaba de sonar, ahora sin intervalos. Lynch, con tranquilidad: “¿vos sabés cómo desarmar un portero eléctrico?”. No entendí el chiste, porque no era un chiste. “Mirá”, resolvió mi alianza indignación-cobardía, “me parece que lo mejor es que bajes y arregles el tema; no creo que se resuelva desarmando el portero”. Sin mediar palabra, Lynch salió del departamento y tomó el ascensor hacia el averno donde la esperaba el esto. Peor escenario posible: que el esto subiera, que me encontrara ahí, que me quisiera moler a palos. Salí al pasillo y, sosteniendo la puerta con el pie para que no se cierre, traté de escuchar lo que ocurría siete pisos más abajo, donde Lynch y el esto gritaban indescifrables. El departamento de enfrente sudaba gritos de concurso o sorteo televisivo que hacían más difícil la decodificación de la planta baja. Hasta que el ascensor inició su marcha ascendente vociferando los gritos de Lynch, “te dije que no subas, ¿no me escuchaste?”, y el esto que “me importa un carajo lo que me digas; ¿con quién estás?”, pero no desde el ascensor, subía por la escalera. La cobardía aniquiló a la indignación; el esto volando escaleras arriba, Lynch subiendo lentamente por el ascensor, ¿cuántas trompadas me costaría todo aquello? Entonces, el instinto de supervivencia. Cerré la puerta del departamento con suavidad, bajé por las escaleras, dos pisos, hasta el quinto, el esto ya iba por el cuarto, sólo un piso más abajo, entré rápido al cuartucho donde se tira la basura, agarré una bolsa de coto, di media vuelta y el esto ya estaba enfrente mío, cara a cara, “qué tal, buenas noches”, dije con mi mejor cara de vecino, lo escuché murmurar algo que no entendí, pasó a mi lado, corriendo, sudando, como si alguna cosa, allá arriba, en el séptimo piso, fuese más importante que una mínima dosis de urbanidad.

El viaje de Hernán Lucas


La pera diversa o balcones, silla,
cortinas hinchadas, la fiesta
llega en un tren
nocturno entre dunas
o elefantes rendidos
al templete definitivo:
/tu casa en la ciudad.
Los objetos de anoche, los invitados
dificultan el paso de un tren
salido para entrar
en otras estaciones
verdinegras, coloradas figuras
del ingenio que nos permite seguir
viajando lejos
de tu casa amanecida
                               y derrumbada.

 (de Prosa del cedido por el oro, Paradiso, 2007)


***


El calendario trae
la memoria de la fuga
la súbita aparición de rombos
azules y blancos en cada solar.
De tu recuerdo aun
retirándose de vos
dimana el desaliento.

  
(de Prosa del cedido por el oro, Paradiso, 2007)

***

No te imaginás Sebas lo bien
que la estamos pasando hoy
entramos a la playa y la arena tibia no
quemaba. Muy en el olvido iban las cosas.
Simba, el perro, agarraba pelotitas
y se trenzó a jugar con otro eran
de lejos una golosina, dorada, negra,
sobre el mar nublado.
Cuando entré las olas emergían de plomo
como los hombros de algo grande, Kiss,
negros en lo negro, un hilo de niebla
besándoles los hombros.

Empezábamos a bajar por una duna
hacia el coche poco después
de una colonia de sombrillas
de alquiler cerradas, que Bety advirtió
y yo comparé cuándo no
con los muertos.
Bajando entrevimos escalones de madera.
Un heladero huía con nosotros de la lluvia.

No había calle al final de la duna, una caja
de vidrio enturbiada por el vapor,
con dos hombres adentro conversando,
afuera, el inesperado jardín
/apretaba luz plomiza.

(de Sobre un tipo de sufrimiento, inédito)

El viaje de Valentina Nicanoff


I

Auxilio
voy a condenar
con sanguijuelas de pimienta
mi sangre
delirante que brota
amapola rojonegra
cactus de alucinación
en los sentidos
espina
de raíz
perdida
enroscada
hecha coraza
charco de ilusión
baba
sin caracol
en el pozo ciego
donde bucea
muda
y polar
la otra

II

¡Abandónenme!
hoy no tengo ánimos de saliva
soy una llama mascando el silencio
y no me atrevo a escupir el cadáver del espejo
(si fuese la otra, me ahorcaría
con los rayos del sol
y caminaría
una y otra vez
sobre los médanos
de mis huesos
con cicatrices
de vida
en el cuello)
pero acá es necesario arder más
hacer leña con cada fibra muscular
rozar los harapos de la piel
acariciarme rápido y con asco
ensimismada
con dedos de fósforo
uñas de pala
y ¡zás!
en hoguera
todas las brujas
desaparecemos

porque ya no busco el suicidio del reflejo
ya no más arcaica espera
de impulso mamut congelado en el desierto

III

caduca el reloj
pero la música es un pico
sin pájaro en mis venas
otra vez rendida
abdicada de la vida
por qué ,..., por qué
porque no pasa nada
y no soy yo la que se mata
es el buitre de mi esperanza


IV

seis años
alguien desabrochó los botones de mi inocencia
y yo me hice espina bajo el zapato
de la marioneta renga
que la infancia cosía para mí en sus puertas

VI

La cuna es un inodoro de tapa levantada. Volver al origen es hacer cerámica de tumbas con tierras que se excavan solas, bajo mis pies, en espiral. Yo pude ser la gran artesana de la muerte, pero siempre fui la arcilla que giraba, que daba vueltas, que desnudaba con arte el barro de su dignidad ante las manos de un escultor. Yo pude ser la gran asesina, tan sólo hablando, pero siempre fue un cuchillo de junco mi lengua sumisa. Y pude arrojarme escaleras abajo a los nueve años, pero escondí mi nacimiento
en la placenta de la postergación

De Amapola (Colección Valijita, 2010)